lunes, 17 de febrero de 2014

Un paseo por Brujas

Después de una hora en tren desde Bruselas llego a Brujas con la idea de sumergirme en la ciudad sin ningún plan determinado, la única obligación es apartarse del circuito turístico habitual y descubrir esta pequeña maravilla del norte de Bélgica dejando que ella te susurre los caminos, jardines  y rincones que esconde.

 En cuanto sales de la estación tienes la sensación de que has  saltado de una maquina del tiempo que te ha llevado a la edad media, la ciudad  desde el primer instante evoca un ambiente  medieval, mágico e inolvidable.
Recorrer sus calles empedradas es como vivir un cuento de otra época, un paseo por el pasado que rebosa nostalgia por los bellos recuerdos de la historia que solo en los libros pudimos conocer.
Brujas te transporta a través de sus canales pero aún mas  por sus aromas, olores  a piedra mojada y  a enredaderas que camuflan muchas de sus casas  , por sus sabores a cerveza rubia y  a  exquisito chocolate que encuentras en pequeñas tiendas salidas de cuentos que leías en las  noches de tormenta, los sonidos de la brisa que quiere ser discreta  y el agua mansa de los canales y de los  pequeños lagos que inundan toda  la ciudad te acompañan en todo momento.



Todo parece como un decorado de película de época donde puedes tropezar por el camino con la Iglesia de Nuestra Señora donde se puede contemplar una virgen de mármol obra del maestro Miguel Angel  o  recorrer  un casco histórico precioso lleno de vendedores de chocolate y pintores que reflejan su visión de la ciudad en sus cuadros. Cruzas por  muchos  puentes antiguos que se elevan por el canal, estas rodeado de casas  rústicas de piedra donde podría estar viviendo Heidi y el dichoso abuelito.Se deja ver  La Torre de los Hallen del año 1248 que parece ser el emblema de la ciudad. La torre compite por ese titulo con los otros emblemas de Brujas, los cisnes y el chocolate, un dulce afrodisiaco  que puedo jurar, es lo mas exquisito que han probado mis labios  (bueno... lo más exquisito  después  de los labios de Daniela, una guapa suiza a la que no me cansaba de besar por todo Madrid en el año 98, juro que sus labios sabían a mermelada de arándanos…..pero esa es otra historia),  un chocolate que al deshacerse en la boca  te hace despertar todos tus sentidos en una explosión de sabor a felicidad.

 Sus edificios oficiales como el ayuntamiento o el palacio de justicia son de  estilo gótico, puedes encontrarte con  un  palacio del siglo XIX  imponente o  con  la famosa calle de la Orilla Verde donde se juntan la mayoría de los  restaurantes mas típicos de brujas donde el plato estrella son las patatas fritas, pero que nada tienen que ver con las que conocemos nosotros, son  simplemente exquisitas,  incluso aquí  tienen su propio museo de la patata frita, estos belgas hacen de las patatas todo un arte.
Puedes perderte y yo diría que debes perderte caminando o en bici por sus callejuelas, hasta lo que te puede parecer un simple portal de una  casa, al abrirlo te puede dar  acceso a un bar con aire a posada antigua con balconcitos sobre los canales donde probar la mil y una cervezas que te proponen.







Y ya con un par de cervezas de más encima comienzo un largo paseo por el famoso Lago del Amor. Cuenta la leyenda que el nombre del lago viene de una mujer que se llamaba Minna, ella estaba enamorada de un chico de Brujas, pero su condición social no era la apropiada para ella, por lo que el padre de Minna no aceptaba aquel matrimonio, por eso la chica un día se escapó de casa y fue a esconderse a una zona del lago donde acabó muriendo. Su enamorado roto de dolor se dice que separó las aguas y la enterró bajo ellas para que perdurara por siempre el amor en el lago. No se si perdura el amor en este lago pero al recorrerlo  se percibe  un halo de romanticismo que te contagia irremediablemente.

Después de una buena caminata a través de sus senderos rodeados de naturaleza, siempre vigilado por el lago en calma  y  con la leyenda de Minna aún en mi cabeza me senté en un rincón  de uno de los jardines tan llenos de vida que tienes a la vista y en compañía de unos preciosos cisnes que jugaban a escasos metros de mí con la mirada curiosa pero ya  acostumbrados a la gente me puse a leer un rato las aventuras de Sofia en el libro de Jostein Gaarder, estando inmerso en aquellas páginas, con el sonido de la brisa al rozar con el agua  y el aire puro revoloteando a mi alrededor fui consciente  del momento perfecto que estaba pasando,  un momento de lucidez que  me hizo sentír  que estaba en Brujas de verdad, en otro país, en un cuento real, me di cuenta de estar viviendo un pequeño instante de felicidad , todos mis sentidos estaban unidos en ese presente perfecto. Esa nitidez del momento creo que se puede llamar felicidad, aunque solo fueran unos minutos . Podría tranquilamente tener la sensación de  pertenecer a este lugar, sentí una paz absoluta y ya estaba listo para no regresar.

Al atardecer, cuando las barcas dejan de pasar por el canal las casas se reflejan en las aguas calmas y crean reflejos maravillosos que te dan una perspectiva fotográfica preciosa y original, toda una tentación  para pintores o fotógrafos. Bien entrada la noche los edificios se iluminan con una luz  rara, algo amarillenta pero que te deja ver aún mas si cabe la maravilla de cuento en el que te encuentras.
Ya tenía que regresar y no tenia ningunas ganas de hacerlo pero antes volví a dejarme embriagar por su rubias cervezas y no pude resistir el volverme a perder  un poco más por sus sendas de leyenda.
Hecho de menos esta paz que ya no se respira en España.

Brujas me emocionó, una ciudad que rescató en mí un romanticismo y nostalgia de la vida en un lugar tan maravilloso.






















No hay comentarios:

Publicar un comentario