Desconocía cualquier atisbo de su corto pasado y no le importaba en absoluto, solo reconocía una inmensa energía en su interior y mucho miedo a lo desconocido. Creía conocer el camino a casa cuando comenzó a correr en busca de su destino, corría y corría como un animal herido entre las tinieblas que no cesaban de perseguirla. Sin asustarse sentía que cuanto mas rápido corría mas disminuía el dolor de su pecho y su miedo desaparecía cada metro que lograba avanzar.
Llegó a un claro en el medio de aquel bosque de inmensos árboles centenarios como torres de un castillo que no podía alcanzar. Intento recuperar un poco de aliento, agudizó el oído y desenfundo la daga de su funda. El viento y los llantos de algunas aves inquietas rompían el silencio sepulcral de aquella desoladora noche. Sus ojos verdes tan cristalinos que dejaban asomar su alma se entornaron para ver a lo lejos, donde vislumbro pequeñas formas acercándose sigilosamente. Sintió un escalofrío que casi partió su cuerpo en dos, una sensación extraordinaria y que reconocía como el instante previo a una gran batalla sangrienta, aunque en el fondo le resultaba muy familiar. Y sin temor ni vacilar ni por un segundo corrió al encuentro de sus enemigos y de su destino.
En lugar muy pero que muy lejano de allí, una muchacha yacía en el suelo de su habitación. El agujero de su pecho no dejaba de sangrar manchando por completo todo el suelo de madera de aquel cuarto. La sangre al mezclarse con su rubio cabello le daba un tono anaranjado a su melena, desde arriba daba incluso la sensación de que estaba en llamas.
En su mano izquierda, aun agarrotada sujetaba fuertemente un pequeño revolver y una pluma que aun seguía soltando lentamente su tinta negra.
En el escritorio frente a ella, se dejaba ver un lienzo donde había dibujado una mujer desnuda de espaldas, tendida en la playa en una noche de tormenta, y con dos enormes alas negras cubriendo su cuerpo…
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