lunes, 24 de marzo de 2014

El Angel de Alas Negras

Aunque era impensable ella nunca alcanzaría a conocer el lugar del que provenía, ni por su puesto llegó a ver el rostro de sus padres sonreír cuando la deberían tener  por primera vez en sus brazos. Nació en medio de un insoportable dolor y su única compañía fue aquella daga plateada con la insignia de su estirpe en la empuñadura que sujetaba con todas sus fuerzas cuando sus ojos se abrieron . Sus llantos eran escuchados a miles de kilómetros silenciando a los mismísimos rayos del firmamento en medio de aquella oscura noche en la orilla de la playa. La arena húmeda, el agua salada y el fuerte viento fueron su única cuna.

Desconocía cualquier atisbo de su corto pasado y no le importaba en absoluto, solo reconocía una inmensa energía en su interior y mucho miedo a lo desconocido. Creía conocer el camino a casa cuando comenzó  a correr en busca de su destino, corría y corría  como un animal herido entre las tinieblas que no cesaban de perseguirla. Sin asustarse sentía que cuanto mas rápido corría mas disminuía el dolor de su pecho y su miedo desaparecía cada metro que lograba avanzar.

Llegó a un claro en el medio de aquel bosque de inmensos árboles centenarios como torres de un castillo que no podía alcanzar. Intento recuperar un poco de aliento, agudizó el oído y desenfundo la daga de su funda. El viento y los llantos de  algunas aves inquietas  rompían el silencio sepulcral de aquella desoladora noche. Sus ojos verdes tan  cristalinos que dejaban asomar su alma se entornaron para ver a lo lejos, donde vislumbro pequeñas formas acercándose sigilosamente. Sintió un escalofrío que casi partió su cuerpo en dos, una sensación extraordinaria y  que reconocía como el instante previo a una gran batalla sangrienta, aunque en  el fondo le resultaba muy familiar. Y sin temor ni vacilar ni por un segundo corrió al encuentro de sus enemigos y de su destino.





En lugar muy pero que  muy lejano de allí, una muchacha yacía en el suelo de su habitación. El agujero de su pecho no dejaba de sangrar  manchando por completo todo el suelo de madera de aquel cuarto. La sangre al mezclarse con su rubio cabello le daba un tono anaranjado a su melena, desde arriba daba incluso la sensación de que estaba en llamas.
En su mano izquierda, aun agarrotada sujetaba fuertemente  un pequeño revolver y una pluma que  aun seguía soltando lentamente su  tinta negra.
En el escritorio frente a ella, se dejaba ver un lienzo donde había dibujado una mujer desnuda de espaldas, tendida en la playa en una noche de tormenta, y con dos enormes alas negras cubriendo su cuerpo…



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